El título de hoy es falso. No, no hemos regresado a Navarra. Es una
forma de hablar. De escribir, perdón. Disfrutamos allí, pasamos muy buenos
ratos de jóvenes visitando el antiguo reino. Nos alojábamos en casa de los tíos
de Arancha. Siempre fuimos muy bien acogidos por la familia y por el grupo de amigos
de los primos con los que aún tantos años después mantenemos un contacto
indirecto.
Y sin embargo he recordado Navarra como si
hubiera reaparecido entre sus calles con la lectura, pausada, como requiere la ciencia
de los sabios, del capítulo que el maestro Faustino dedicó a sus armas. Extraigo
la píldora de hoy de su conocimiento.
Dos sucesos me han llamado especialmente la
atención. Por un lado, que los reyes hispánicos contemporáneos al inicio del
sistema heráldico se resistieran al uso de esas señales por considerarlas
impropias de su alta condición. Señala don Faustino que en su origen la
heráldica no pretendió otra cosa que identificar. Identificar al guerrero. Al
guerrero en el campo de batalla. Y el soberano no era un guerrero, era el jefe
de los guerreros, era el general de aquella tropa. Su posición se destacaba muy
por encima de la clase guerrera. De ahí la resistencia casi de cien años al uso
de emblemas heráldicos por parte de monarcas hispánicos.
Y por otro lado la fábula. La leyenda de las cadenas que
conforman las armas del reino de Navarra surgió en el siglo XV. En el siglo XV,
como aún hoy sucede, las armerías comenzaron a adquirir una connotación
heroica, relativa directamente a un pasado glorioso, memoria de tiempos y
gestas anteriores. Abundan desde aquellas calendas las fábulas que
atribuyen a las más esclarecidas familias de la cristiandad antiguas hazañas
extraordinarias que se plasmaron sobre las armerías justificando así su
heroico origen. Pero considerar que en el siglo XIII, después de celebrarse la
batalla de Las Navas de Tolosa, el rey de Navarra añadiera un trofeo a sus
armerías es un disparate. Ningún caballero así actuó por entonces. La heráldica era una recién nacida de menos de cien
años y no pretendía otra cosa que identificar. Ni tan siquiera identificaba
entonces linajes, únicamente personas. Hasta dos siglos después, perdida su
función guerrera original, ya desvirtuada, no adquiriría esa connotación de
pasado heroico familiar que hoy consideramos innata a nuestra ciencia.
Nada más. Sólo recordarle, improbable lector, el mensaje que remitió don Ernesto Fernández-Xesta Vázquez, (que me ha pedido que no cuente que es marqués de la Bahía de Luzón, en la farsa del reino del Maestrazgo, y como es mi amigo no lo contaré), en relación a la conferencia programada para hoy mismo, a las siete y media de la tarde, como inauguración del curso escolar en la real de heráldica. Se celebrará en la torre de los Lujanes de Madrid que sirviera de prisión al rey francés don Francisco I. La entrada es enteramente gratuita y el asunto que se abordará, el guión del nuevo rey, promete ser interesante.